Aquello que os ha unido en el cielo, que no os separe en la tierra”. Esta afirmación, que podría ser una libre variación de la tradicional fórmula litúrgica de esponsales, cada vez suena más a una profecía amenazante que a un objetivo asumible.
Ocurre que el sexo, en las parejas de largo recorrido, puede dejar de ser una bendición celestial para convertirse en un asunto conflictivo. ¿Por qué, pasado un tiempo, la cama conyugal deviene más un terreno de confrontación que de interacción? ¿Es el erotismo incompatible con la rutina doméstica? ¿No estamos hechos para interactuar carnalmente siempre con una única persona? Y si esto fuera así, ¿significaría que tampoco servimos para amar hasta el fin de nuestros días al mismo compañero?
No hay relación con proyección de futuro y con memoria de su historia que no se lo haya planteado en algún momento. Las consultas de sexólogos y terapeutas se nos llenan con esta problemática. Unas veces de forma explícita y otras, camuflada por sintomatologías y dificultades sexuales que parecen afectar a uno solo de los miembros, aunque en realidad competen a los dos.